2 de abril de 2022

OS PENDELLOS DE AGOLADA, por Josep María Espinás (2002)

Hai tres días, un seguidor desta páxina e do blog Aquam Latam, Xosé Casares Lorenzo, envioume por correo electrónico un libro do escritor catalán Josep Maria Espinás, titulado “A pie por Galicia. De la Ulloa a Val de Camba”. O libro, orixinariamente en catalán, foi publicado no ano 2002 e posteriormente traducido ao castelán por Paco Saula Adell. 
Josep María Espinás  peregrinou por esta Galicia central (Palas de Rei, Santa Mariña, Facha, Borraxeiros, Agolada, Rodeiro, Chantada, Taboada, Monterroso, Antas de Ulla..) no ano 2001. As súas vivencias daquela viaxe quedan plasmadas neste libro. Hoxe ofrecemos o fragmento no que deixa constancia do seu paso polos Pendellos de Agolada:
“Sin embargo, una sorpresa, un descubrimiento que, por decirlo de un modo que suena exagerado, justifica un viaje. Suponiendo que un viaje deba ser justificado por algo. El hecho es que la maravilla de Agolada es insólita: un mercado con más de trescientos años. Y si me dicen que es medieval me lo creo. Doblo una esquina y entro en un recinto rectangular, donde resiste un viejo árbol, con callejones interiores formados por los que en su día fueron puestos de venta. Todo construido con piedras irregulares. Los mostradores son una fila de grandes losas de piedra desnuda. De piedra, una sobre la otra, las paredes de las paradas. Y de piedra, también, los bancos donde debían de sentarse los vendedores, o que se utilizaban como estanterías a lo largo de las paredes. Un ámbito increíblemente conservado, por cuyas calles no cuesta imaginar, ahora mismo, que circulan campesinos del siglo XVII, mirando como los vendedores colocan, sobre las losas de los mostradores, las piezas de carne, los zuecos, la fruta, las herramientas del campo. Reina un silencio absoluto en este pequeño pueblo fantasmal, que sobrevive entre las calles nuevas de Agolada, con casitas de piedra alineadas a cada uno de los lados largos del rectángulo, donde cabe suponer que los feriantes guardaban la mercancía. Paseo arriba y abajo, una y otra vez, solo en este espacio que tres siglos atrás rebosaba de gente, de voces, de sacos y cestas, de regateos, de bolsas con monedas. «Tras tempos veñen tempos», dicen. Pero aquel tiempo parece no haberse ido. Se diría que la gente del mercado está a punto de llegar, y que yo he llegado demasiado pronto. O demasiado tarde. Tomo asiento en los bancos de piedra irregular de los puestos, como hacían los vendedores en los momentos de descanso, la espalda contra el muro. Deslizo la mano sobre las largas losas de los mostradores, resiguiendo con los dedos las rugosidades, me huelo las yemas de los dedos, y desprenden un aroma húmedo de piedra, las lluvias de centenares de inviernos se han llevado consigo las manchas de vino y de aceite, la fragancia de la fruta. Tendré que salir, finalmente, de este escenario que ha sobrevivido a todos sus actores. Unos cuantos pasos bastan para devolverme a la Agolada actual. ¿Por qué nadie me había hablado de este mercado? He visto una detallada guía de Galicia, ¿cómo no figura en la relación de monumentos? Tal vez porque no es de carácter religioso ni señorial, ni pertenece al estilo románico ni al barroco; es simplemente civil, construido por el pueblo anónimo. Un monumento que se ha conservado gracias a un milagroso respeto popular, nadie se ha llevado estas piedras para aprovecharlas en la construcción de casas. Lo comento con un hombre que está cerca, a punto de subir a un coche. ¿Cómo no se valora más, este antiquísimo mercado? Dice que ahora tienen la intención de hacerlo. Que lo protejan, pero que no lo «rehabiliten». Ya nos entendemos. ¿Se habla de él en algún escrito? No sabría decirme, quizás en un folleto que tienen en el Concello. Pero hoy, sábado, el Concello está cerrado. Amablemente, el hombre
entra en su casa y sale de nuevo con un folleto de Chantada, adonde voy pasado mañana. De Agolada no tiene ninguno. Habla con un acento peculiar, que me explico cuando me cuenta que ha vivido durante muchos años en Venezuela, donde dirigía una coral La emigración gallega a América ha sido muy cuantiosa, y durante muchos años, además, ha abandonado el país la gente con más capacidad productiva y con mayores inquietudes. La pérdida económica para Galicia ha sido enorme, pero también ha sido causa de un vacío social. La potencia de las grandes casas de Galicia en Venezuela y en todas partes indica el debilitamiento de la sociedad de origen. Y muchos de los que regresan ya no lo hacen para aportar energía. Existe un dibujo de Castelao que reza al pie, impresionante y exacto: «Eu non quería morrer alá, sabe, miña mai». En la plaza me encuentro con Sebastià. Le pregunto dónde se había metido, que no lo he visto por ningún lado. Su instinto lo lleva a las afueras, cuando está en un pueblo, y ha subido hacia el recinto de la Feira, ha visto máquinas que, según cree, deben de servir para desinfectar los animales, ha oído voces, probablemente haya una piscina, no lejos de allí. Le pregunto: «¿Y qué te ha parecido el mercado?». «¿Qué mercado?» Ni siquiera Sebastià, que escudriña todos los rincones, que siempre me trae noticias, ha descubierto el pueblo de piedra de Agolada. Habrá que ir allí, para que se lo crea. Y también para que yo acabe de creérmelo".






Estas fotografía dos Pendellos con que ilustro este apuntamento pretenden render un emocionado recordo ao meu amigo e compañeiro Modesto Souto Esmorís, falecido prematuramente hai algo máis de tres anos. A súa afección preferida foi moitos anos a fotografía. Del son estas catro fotos dos Pendellos, que me enviara algúns anos antes do seu falecemento. Hoxe consérvoas e míroas como unha constatación daquela amizade de moitos anos.


 

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